El día que tomé prestado un libro para conseguir un autógrafo de Vargas Llosa.

En 2012 comencé a trabajar como periodista en un diario limeño que contaba con una pequeña pero rica biblioteca repleta de clásicos. Aprovechaba cada oportunidad para pedir prestados libros y leer en mis tiempos libres, ya fuera en la redacción, antes de dormir o durante mis apretados viajes en bus.

Uno de los libros que me prestaron fue Pantaleón y las visitadoras, del autor peruano Mario Vargas Llosa. Como otros títulos suyos que ya había leído, logró que incluso las situaciones más caóticas de Lima me parecieran sacadas de una novela.

Un jueves de ese diciembre, mientras aún leía Pantaleón…, un colega me comentó que Vargas Llosa participaría en un conversatorio gratuito en la Embajada de Brasil. No dudé en aceptar su propuesta de asistir juntos después del trabajo.

Desde hace años admiraba a Vargas Llosa, una admiración que heredé de mi abuela. Ella me había prestado varias de sus obras, como Conversación en la Catedral, La casa verde, La ciudad y los perros y El pez en el agua, entre otras. A través de sus historias, conversábamos sobre el Perú, su historia política, su corrupción y su cultura.

Un año antes, cuando hacía prácticas en un periódico madrileño, intenté sin éxito conseguir su autógrafo durante una firma en el Parque del Retiro. Pensé que podía ganarle al sistema y me colé en la fila junto a unos compatriotas. Una señora, indignada por nuestra maniobra, nos delató públicamente. Terminamos siendo expulsados de la fila, y me fui avergonzada, aunque aún con la esperanza de encontrarme con el autor en mi país.

Y así fue. Aquella noche en Lima tenía una nueva oportunidad, pero con un problema: el único libro de Vargas Llosa que tenía a mano era propiedad de la biblioteca del diario. No había tiempo para volver a casa ni comprar otro. No tuve más opción que llevar ese ejemplar.

El evento fue un éxito y la fila para la firma era mucho más corta que la de Madrid. Me formé, esta vez sin trampas (excepto por el detalle del libro prestado), y cuando llegó mi turno, solo logré decirle mi nombre. Abrí una página en blanco del libro para ocultar cualquier marca que delatara su origen.

Con el libro firmado, la siguiente misión era explicarle al bibliotecario lo ocurrido. Compré otro ejemplar idéntico y le conté lo que había hecho. Para mi sorpresa, no se molestó, y creo que incluso me tomó más aprecio.

Con el paso del tiempo, mi relación con Vargas Llosa como figura pública se volvió más ambivalente. Algunas de sus posturas políticas me causaron desilusión, como su apoyo a Keiko Fujimori en 2021, tras años de crítica hacia ella y su padre. Sin embargo, eso no disminuye el impacto que tuvo su obra en mi vida.

Su muerte me llenó de tristeza. En ese momento, estaba preparando un correo para enviar una propuesta literaria, pero no pude continuar. ¿Cómo enviar un manuscrito justo el día que fallece Vargas Llosa? Sentí que debía guardar luto. Como si el mundo editorial entero necesitara detenerse por un momento.

Todavía me quedan novelas suyas por leer. Me duele no haberlas terminado antes, como si con ello no hubiera estado lista para despedirme. Sé que leerlas ahora será distinto. Ya no existirá la esperanza de encontrarlo en algún evento y pedirle otro autógrafo… esta vez con todo en regla.