La intensa amistad y el amargo distanciamiento de García Márquez y Vargas Llosa.

La relación entre dos gigantes de la literatura latinoamericana, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, comenzó de forma clásica: mediante una carta en 1966. Desde entonces, tejieron una estrecha amistad que incluyó proyectos conjuntos, admiración mutua y vivencias compartidas en ciudades como Lima y Barcelona.

El colombiano, por entonces inmerso en la escritura de Cien años de soledad, contactó al peruano, que residía en París, gracias al periodista Luis Harss. La química entre ambos fue inmediata, y tras año y medio de correspondencia, se conocieron en persona en Caracas, durante la entrega del Premio Rómulo Gallegos a Vargas Llosa.

Juntos compartieron momentos claves del Boom latinoamericano. Vargas Llosa incluso escribió García Márquez, historia de un deicidio, un ensayo profundo y elogioso sobre la obra de su colega, algo poco común entre escritores de ese calibre.

Ambos vivieron en Barcelona en los años 70, bajo el respaldo de su agente literaria Carmen Balcells. Fue un tiempo de esplendor creativo y también de tensiones ideológicas, especialmente cuando surgió el “caso Padilla” en Cuba. Mientras Vargas Llosa adoptó una postura crítica hacia el régimen de Fidel Castro, García Márquez optó por mantener su cercanía con la isla, lo que marcó las primeras grietas entre ellos.

Sin embargo, el conflicto definitivo no fue político, sino personal. En 1975, luego de que Vargas Llosa dejara a su esposa Patricia, se generó un malentendido tras una visita de ella a García Márquez en Barcelona. Poco después, en 1976, en un evento cultural en Ciudad de México, Vargas Llosa golpeó a su viejo amigo en el rostro. “Esto es por lo que le hiciste a Patricia”, habría dicho.

Desde entonces, nunca se reconciliaron. Vargas Llosa prohibió durante décadas la reedición de su libro sobre García Márquez y evitó referirse públicamente al episodio. Ambos siguieron caminos literarios brillantes por separado, pero sin retomar el diálogo.

A pesar del quiebre, su legado como pilares de la literatura hispanoamericana es incuestionable. Y ahora que ambos han fallecido, queda en manos de la historia reconciliarlos.